martes, 26 de mayo de 2015

Viaje a Tenochtitlán 10. La caída del Imperio Azteca


La caída de Tenochtitlán
... como oyó la nueva, Moctecuhzoma despachó gente para el recibimiento de Quetzalcóatl, porque pensó que era el que venía, porque cada día le estaba esperando, y como tenía relación que Quetzalcóatl había ido por la mar hacia el oriente, y los navíos venían de hacia el oriente, por esto pensaron que era él...


Muchos presagios funestos se habían presentado en aquellos días, y esto mantenía pensativo a Moctezuma. El tlatoani de Tenochtitlan se apresura a enviarle a Cortés varios obsequios, como los atavíos de algunos dioses, entre ellos los de Quetzalcóatl. Según fray Bernardino de Sahagún, las palabras de Moctezuma fueron:
Mirad que me han dicho que ha llegado nuestro señor Quetzalcóatl. Id y recibidle[...] Veis aquí estas joyas que le presentéis de mi parte, que son todos los atavíos sacerdotales que a él le convienen...

El tlatoani trata por todos los medios de alejar a Cortés y sus huestes, pero éste, apoyado por  totonacas (se rebelaron a los mexicas) y a poco encalla las naves, con lo cual toma la determinación de conquistar Tenochtitlan. A pesar de la incertidumbre de Moctezuma, acerca del presagio.


Las estratagemas para acabar con los conquistadores fracasan, y así, finalmente, Cortés y sus hombres llegan al corazón del imperio y son recibidos por el tlatoani. No sabemos si las palabras de recibimiento son parte de la retórica náhuatl o si, por el contrario, Moctezuma aún pensaba que realmente era Quetzalcóatl que regresaba, después de haber visto las acciones y matanzas como la de Cholula. Sea como fuere, las palabras atribuidas a Moctezuma, 
Estas palabras parecen confirmar el pensamiento de Moctezuma en relación con los recién llegados. Prisionero del capitán español pocos días después, 

Moctezuma muere y su muerte es llorada por su pueblo. Lo sustituye Cuitláhuac y después Cuauhtémoc asumen el mando de Tenochitlan y los combates arrecian por doquier.


Cortada el agua potable que venía de Chapultepec y sin tener manera de abastecerse de alimentos, los aztecas van debilitándose, pero aun así la resistencia es impresionante. Todo concluye el 13 de agosto de 1521. Cuauhtémoc es tomado prisionero y llevado frente a Cortés; ahí pide la muerte digna del guerrero con aquellas palabras que han quedado grabadas en la historia:


"Señor Malinche, ya he hecho lo que soy obligado en defensa de mi ciudad, y no puedo más, y pues vengo por fuerza y preso ante tu persona y poder, toma ese puñal que tienes en la cintura y mátame luego con él".
Cortés lo perdona, con lo cual el sufrimiento del joven tlatoani debió de ser infinito, pues no se le concedía morir sacrificado, como correspondía a un guerrero, para acompañar al Sol.


El retorno de los dioses había sido funesto. Con ellos traían otros dioses y otra manera de pensar. Callaban los sacerdotes de Huitzilopochtli para dejar la palabra a los sacerdotes cristianos e iniciciando la epoca Colonial






Viaje a Tenochtitlán 9. Anuncios de la caída del imperio Azteca


Señales de la conquista
                           



Según cuentan algunas crónicas, los llamados “presagios funestos” de Moctezuma sorprendieron a propios y extraños. Ocurrieron en los últimos años del reinado de este emperador azteca y, al parecer  anunciaban el fin de los tiempos de dominación mexica.


Estas fueron las 8 profecías de Moctezuma:

1. El avistamiento de “una espiga de fuego en el cielo”, es decir, un cometa que se vio por el oriente

2. Un incendio sin causa aparente que cubrió en llamas el templo del dios Huitzilopochtli;

3. Un rayo que cayó sobre el templo del dios Xiuhtecutli, en medio de una llovizna, lo relevante es que no se escuchó ningún trueno;

4. Una lluvia de estrellas que se movían del oeste hacia el este;

5. Una marejada atípica en el lago de Texcoco, que inundó parte de Tenochtitlán;

6. La aparición del espíritu de una mujer que, por las calles de la capital imperial, dejaba escuchar un lamento: “Hijitos míos, tenemos que irnos lejos”, “Hijitos, ¿adónde los llevaré?” (de ahí surgió la popular leyenda de la Llorona).

7. Otro de estos extraños sucesos fue la captura, en el lago de Texcoco, de un extraño pájaro que parecía grulla. Se lo llevaron a Moctezuma y, según refieren, la cabeza del ave tenía una especie de espejo, donde el emperador vio jinetes que cabalgaban en una especie de venados sin cuernos y en actitud de combate; cuando llamó a sus acompañantes a que lo vieran, la extraña visión se desvaneció.

8. El último de este octeto de presagios fue la noticia de que varios súbditos vieron criaturas bicéfalas, especies de monstruos que luego desaparecían.

Ciertos o no dichos presagios, el Imperio azteca sí vio el fin “de su mundo” en 1521 con la llegada de los españoles y la posterior Conquista.

Mito del Regreso de Quetzalcóatl
La Crónica Mexicana de Alvarado Tezozómoc relata así aquella mañana en que Moctezuma II es informado de la presencia en la costa veracruzana de seres muy diferentes a los mexicas.Señor y rey nuestro, es verdad que han venido no sé qué gentes y han llegado a las orillas de la gran mar [...] y las carnes de ellos muy blancas, más que nuestras carnes, excepto que todos los más tienen barba larga y el cabello hasta la oreja les da. Moctecuhzoma estaba cabizbajo, que no habló cosa ninguna.  Después de Grijalva arribó Hernán Cortés, se creyó que éste era el dios Quetzalcóatl.    

          






Viaje a Tenochtitlán 8. El Templo Mayor


¿Sabías que….. El Templo Mayor era considerado como el centro del universo?


Si, para los mexicas, el Templo Mayor ocupaba el centro del universo y por esa razón no podía ser cambiado de lugar. A ello se debe que cada vez que querían agrandarlo, se construía un nuevo edificio sobre el anterior con las mismas características, es decir, dos capillas en la cúspide y escalinata doble en la fachada principal. De esta manera se procedió, al menos en siete ocasiones.




Veamos ahora por qué los adoratorios del Templo Mayor estaban dedicados a Huitzilopochtli y a Tláloc.?
Para empezar, vale la pena mencionar cómo describieron el templo azteca cronistas franciscanos como Sahagún:
La principal torre color rojo dedicada al dios Huitzilopochtli de todas estaba en el medio y era más alta que todas, estaba dividida en lo alto, de manera que parecía ser dos y así tenía dos capillas o altares en lo alto, cubierta cada una con un chapitel, y en la cumbre tenía cada una de ellas sus insignias   distintas. En la una de ellas y más principal estaba la estatua de Huitzilopochtli
 La imagen del dios Tláloc color azúl estaba en la otra torre, de estas estaba una piedra redonda a manera de tajón que llamaban téchatl, donde mataban los que sacrificaban a honor de aquel dios… Estas torres tenían la cara hacia el occidente, y subían por gradas bien estrechas y derechas…
Pero ¿quiénes eran estos dioses? ¿Qué significaban? Para empezar, diremos que Huitzilopochtli quiere decir “Colibrí zurdo, o del sur”. Este dios es descrito de la manera siguiente por Sahagún:
Huitzilopochtli, dios solar y de la guerra, era quien diariamente, con su carácter de Sol, vencía a las tinieblas de la noche. Es decir que era él quien dirigía a las huestes aztecas en contra de sus enemigos y lograba la victoria sobre otros grupos, quienes se veían obligados a pagar un tributo cada determinado tiempo a Tenochtitlan como productos o  mano de obra,  indispensable para la economía azteca. Los aztecas obtenían cargas de maíz, de frijol y de frutos diversos, y materiales como algodón, mantas, atavíos militares, etcétera, además de productos como pieles de jaguar, caracoles, conchas, plumas de ave, piedras verdes, cal, madera...
La historia de su nacimiento dice que Coatlicue, su madre, barriendo se encontró una pelotilla de plumas que puso en su seno, resultando quedar embarazada. Indignada Coyolxauqui (también hija de Coatlicue y también diosa de la Luna) logró convencer a sus hermanos de que había que matar a su madre, pero dentro de su vientre, Huitzilopochtli le hablaba a su madre para que no temiera porque él, su hijo, la defendería.
Con Coyolxauqui al frente los 400 hermanos avanzaron contra su madre pero en el momento en que llegaron nació el dios completamente armado: con una vara y un dardo color azul, su rostro pintado, una pluma pegada en la cabeza y una culebra hecha de teas con la que hirió a Coatlicue dejándola sin cabeza y con la que, finalmente después, venció a todos sus hermanos.
 Tláloc,  otro  pilar de la economía azteca: la producción agrícola. a él correspondía enviar a tiempo las lluvias y no excederse en ellas, pues podía acarrear la muerte de las plantas, al igual que si enviaba el granizo o las heladas. Por eso era indispensable mantener el equilibrio del dios con rituales apropiados que se celebraban en determinados meses, ya fuera a él o a deidades con él relacionadas, como eran los tlaloques, sus ayudantes; Xilonen, diosa del maíz tierno; Chalchiuhtlicue, su esposa, etcétera.







A Tláloc se le representaba, con sus características anteojeras o aros que rodeaban sus ojos; dos grandes colmillos que salían de su boca y la lengua bífida de serpiente orejeras y el tocado.


 Ellos dos ocuparan el lugar de honor en el Templo Mayor. De esto se derivaba la dualidad fundamental del México prehispánico: la dualidad vida-muerte. La primera, presente en Tláloc, guardaba relación con los mantenimientos, con los frutos que alimentarían al hombre; la segunda, con la guerra y con la muerte, es decir, con todo aquello que llevaba al hombre a cumplir su destino. Sin embargo, mucho más se encerraba detrás de la imagen de estos dioses y del Templo Mayor, expresado a través de mitos y de simbolismos que hacían de este recinto el lugar sagrado por excelencia…
 El recinto sagrado prehispánico era una gran plaza de forma cuadrada, de aproximadamente 350 x 350 metros, cuyo piso estaba formado por losas de piedra y que alojaba en su interior, 78 edificios y lugares dedicados al culto religioso, incluyendo altares, el juego de pelota, el templo semicircular dedicado al dios Ehécatl-Quetzalcóatl, el Calmécac, uno de los edificios llamados Cuauhxicalco y el Templo del Sol, entre otros.







Resultado de imagen para mapa del templo mayor
Este amplio espacio,estaba separado del resto de la ciudad por una gran plataforma con escalinatas hacia ambos lados y de él partían las tres grandes calzadas que a su vez comunicaban la ciudad con la tierra firme: hacia el sur la de Iztapalapa, hacia el poniente la de Tlacopan (Tacuba) y hacia el norte la de Tepeyac. Los únicos que tenían acceso permanente al recinto sagrado eran los sacerdotes, guerreros, gobernantes y estudiantes del Calmécac; la gente común sólo tenía permitida la entrada durante la celebración de las fiestas cívico-religiosas, convirtiendo al recinto en un verdadero centro de convivencia masiva.


Viaje por Tenochtitlán 7 Juego de Pelota


                            Los aztecas también tenían su deporte como baloncesto llamado:

                                         JUEGO DE PELOTA 

             Quieres conocer la preparación de un jugador y su final?

Desde las primeras horas de la mañana, después de que el personaje se había purificado en las aguas de un río cercano, los dos servidores se afanaban por vestirlo y sahumarlo con el oloroso copal; ahora, después de sujetarle el protector que cubría la cintura le ataban una tira de cuero que protegía los glúteos, y una especie de rodillera, hecha también de la piel de un venado, que evitaba las heridas cuando el ágil jugador se tiraba al piso para golpear la pelota con la cadera.
Desde hacía muchos siglos, en toda la región se practicaba el ritual del juego de pelota, que atraía a los vecinos del lugar a vitorear las hazañas de estos heroicos jugadores.


Los edificios se construían con normas especiales; el patio central no tenía ningún techo que lo cubriera, por lo que el juego se realizaba al aire libre y a la luz del sol, significaba el firmamento, por tanto el pasillo central, donde se enfrentaban los jugadores tratando de golpear la pelota con la cadera o antebrazo, se pensaba que era el camino que seguían los dioses del firmamento protegiendo el movimiento del sol o impidiéndolo.
En los dos extremos de la cancha se ubicaban los cabezales, donde se reunían los jugadores de ambos equipos para cambiar de posición o recibir indicaciones y dar continuidad al ceremonial.
Ocho Conejo escuchaba el rítmico sonar de los tambores, cuya música precedía el juego y atraía mágicamente la atención de los dioses, para que al iniciarse la acción los hombres y las deidades estuvieran pendientes de su desarrollo. Finalmente, sus ayudantes concluyeron con el laborioso cuidado de colocar los protectores, y el jugador estaba listo para enfrentar su destino.
La fecha en que se realizaba esta compleja ceremonia deportiva correspondía al tiempo en que deberían llegar las lluvias; el tiempo caluroso había agotado a la gente, era necesario asegurarse de que el patrono celeste, encargado de traer el agua que calma la sed de la tierra, llegara puntualmente pero, sobre todo, que no viniera con demasiada violencia como en aquel tiempo en que las tormentas arrasaron con los pueblos de las montañas y los cadáveres fueron llevados por el indomable río, que en su crecida había inundado los campos de cultivo y destruido las casas de los agricultores.

Para esta ocasión asistieron ocho jugadores que representaban cada uno las esquinas del mundo, era importante para todos conocer el destino que aguardaba el universo en el cambio de estación; las secas terminaban y llegaban las aguas, había entonces que saber con precisión si habría obstáculos para la feliz continuidad de la existencia. Los caracoles sonaron y todo el mundo puso atención en el sacerdote principal, que llevaba en sus manos la sagrada pelota de hule.

La música cesó y se hizo un mágico silencio, Ocho Conejo fue el primero en dar el golpe con su cadera, iniciando así el rítmico y violento transcurrir del juego; los ocho jugadores, cuatro de cada bando, se habían vestido con los ornamentos que los identificaban como dioses vivos, como deidades que se hallaban en cada uno de los rumbos del universo; nuestro personaje traía en su cinturón protector el signo del movimiento, que entre los hablantes de náhuatl se llama ollin, considerándolo como su amuleto que le infundía la fuerza para dar los golpes más fuertes, y hacer que la pelota llegara cerca del cabezal.
La pelota estaba hecha de ese material lechoso que escurría de ciertos árboles de la selva, a los que se hacía una incisión con las hachuelas de piedra, permitiendo que el líquido escurriera durante varias lunas. Después de que se le recolectaba, se vertía en ollas de agua hirviendo, donde se mezclaba con algunas hierbas que sólo los sacerdotes conocían.
Pacientemente, uno de los ancianos que desde niño adquirió la experiencia de elaborar las pelotas siguiendo las instrucciones que le había dado su padre, tomaba de la olla uno a uno los trozos de hule, estirándolos hasta formar bandas delgadas con las que daba forma a una esfera, enrollándola con el lechoso material hasta que adquiría el tamaño requerido. Con una navaja se punzaba la pelota para sacarle el agua que hubiera quedado aprisionada. El grupo de trabajadores que había participado en todo el proceso contemplaba con admiración la forma en que aquel anciano rebotaba la pelota, al tiempo que les explicaba la calidad que debería tener este valioso objeto.
El juego requería de un arduo entrenamiento. Los jugadores habían de ser ágiles, poseer una mirada de jaguar y la destreza de los monos, ya que saltaban para enfrentar la pelota con su cadera, dando el golpe en el lugar preciso, donde se localizan los huesos más fuertes de la cintura; si la pelota pegaba en los muslos provocaba brutales moretones, incluso podía romper los huesos de la pierna, o peor aún, si golpeaba en las cercanías del estómago o el hígado, podía hacer estallar las vísceras del jugador. Se sabía de algún torpe participante que enfrentó la pelota con el pecho y murió de manera instantánea, pues a causa del golpe su corazón se había detenido.
Por todo ello los jugadores debían proteger sus órganos más delicados con gruesos cinturones, rellenos de tela y cubiertos de piel, que amortiguaban el peligroso impacto de la pelota. El cuidado de los antebrazos se lograba con bandas hechas también de algodón y de cuero, mientras que las manos se envolvían con tiras de piel de venado, muy curtidas. De este material se hacían las bandas que sujetaban los glúteos para impedir que en las caídas y santones, esta parte del cuerpo sufriera daños. Los talones y las rodillas se envolvían también con pedazos de cuero.


Los asistentes-al juego se emocionaban con la habilidad de los participantes en este deporte; para el pueblo en general, ellos eran dioses vivientes que tenían la delicada misión de mostrar las intenciones de las deidades; algunas de éstas buscarían el fin del universo; otras, por el contrario, trabajaban denodadamente por ofrecerles todos los elementos que requerían para su subsistencia, y el agua, siendo preciado líquido, era uno de los más importantes para la continuidad de la vida.
Durante muchas jornadas se veía y se oía el golpetear de la pelota, y en cada vaivén los sacerdotes, aquellos que se encargaban de leer en esos movimientos la acción y el designio de los dioses, intercambiaban entre sí sus impresiones y consultaban el firmamento buscando los signos que les ayudaran a interpretar el significado del juego de ese día.
El equipo de Ocho Conejo empezó a dar muestras de cansancio, mientras él les alentaba con palabras valerosas, amenazando a los cobardes y exaltando el destino luminoso de aquel que alcanzara el movimiento vital que hiciera posible la llegada precisa de las lluvias.
El destino en ese día marcó el final de una carrera de triunfos: Ocho Conejo saltó para recibir la pelota que desde atrás había lanzado el más ágil jugador del equipo contrario, y al golpear la pelota, ésta tomó otra dirección, provocando en el público un grito lastimero; de inmediato los sacerdotes ordenaron que el juego terminara, habían observado con terror que la pelota marcaba el fatal designio.
El jugador, agitado y sudoroso, enfrentó con orgullo su destino, mientras los asistentes se preparaban para la brutal ceremonia. El sacerdote principal indicó al líder del equipo contrario que sujetara por los brazos a Ocho Conejo cuando éste se hubo aposentado en la piedra sagrada. Finalmente, aquel momento que esperó siempre, desde que aprendió los primeros movimientos del juego, estaba por llegar, su respiración agitada denotaba su miedo, pero su rostro impávido sacó de lo más hondo de su interior la hombría que le había identificado desde siempre y que le había convertido en el héroe de la chiquillada que le seguía animadamente cuando caminaba por el mercado o cruzaba por la ciudad.

Otro de los jugadores le espetó palabras de valor, mientras que el supremo sacerdote, que sujetaba el cuchillo de sílex con la mano derecha, mientras que con la izquierda sujetaba su cabellera, enterró de un golpe el navajón en el punto preciso, donde está la vena que nutre de sangre nuestro cuerpo, cortando así la vida de Ocho Conejo, para posteriormente, de manera muy ágil, cortar por el frente y concluir desprendiendo la cabeza de la columna vertebral.

La sangre brotaba incontenible, mostrando al pueblo que así llegaría la lluvia que tanto esperaban. La cabeza fue levantada en alto y algunas gotas de sangre cayeron sobre la pelota. La destrucción del universo se había conjurado, Ocho Conejo se uniría al sol con un destino glorioso, destino que tenían todos los jugadores que habían ofrendado su vida para evitar el final de la creación de los dioses.


El juego de pelota, en su interminable sucesión, como un ceremonial de vida y muerte, constituía uno de los elementos más importantes en la trama que hombres y dioses habían entretejido.

Fuente: Pasajes de la Historia No. 5 Los señoríos de la Costa del Golfo / diciembre 2000