Las familias de Tenochtitlan consideraban a sus hijos como una dádiva de
los dioses; los hijos darían continuidad al linaje, colaborarían en las
actividades productivas de la familia y aprenderían a respetar a sus mayores y
a venerar a las deidades. Algún día celebrarían su matrimonio, conformando así
un nuevo pilar en la organización social del calpulli.
Un niño en el imperio azteca era muy preciado,
querido y respetado, pero no mimado, a pesar de que algunas personas piensan
que si lo eran por la forma en que les hablaban, este es un pequeño ejemplo de
cómo se dirigía una madre a
su hija:
"Aquí estás mi hijita.
Mi collar de piedras finas, mi plumaje de quetzal, mi
hechura humana, la nacida de mí.
Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen".
Sin embargo, no era por mimar, sino era para crearle una
autoestima alta y tener un adulto seguro y sin complejos en el mañana.
Sabías que existían 2 tipos de escuelas Calmecac y
Tepochcalli?
El mundo mexica se caracterizaba por
el cuidado que ponían los gobernantes en el buen funcionamiento de su sistema
educativo. Las escuelas de Tenochtitlan atendían a los jóvenes de acuerdo con
su nivel social:
A los Telpochcallis de cada barrio iban los hijos de los de los demás
pobladores, conocidos como macehualtin.
En familia los niños aprendían que
en la generación del universo, llevada a cabo por los dioses supremos, las
energías masculina y femenina se habían unido para dar fuerza a la creación de
la vida. Por ello las mujeres educaban a las hijas, mientras que los varones
instruían a los hijos; de esa manera, durante todo el proceso de educación
informal que se llevaba en la familia, niños y niñas aprendían las
conductas adecuadas y diferentes para cada sexo.
Podría decirse que en la educación se combinaban los discursos solemnes con
el amor y cariño de padres a hijos, con castigos y reprimendas sumamente
rigurosos. De los tres o cuatro años en adelante, los infantes debían ejecutar
tareas sencillas con gran comedimiento y obediencia; conforme pasaban los años
el trabajo se hacía más complejo y las labores más pesadas; así aprendían, los
niños, los oficios del padre, mientras que las jovencitas, todas las labores
domésticas: asear la casa, preparar los alimentos, hilar las prendas de vestir
de la familia, etcétera.
En un principio, a los niños rebeldes se les amenazaba con una azotaina, que se les daba al desobedecer; ante las actitudes negativas de los infantes y jovencitos, los padres les aplicaban dolorosos punzamientos con púas de maguey (preparándolos, de paso, para las futuras prácticas del auto sacrificio), o bien los semiasfixiaban con el humo de chiles quemados.
Por su parte, las adolescentes
que mostraban actitudes negativas, como el coqueteo y el gusto por el chisme,
eran obligadas a barrer de noche fuera de la casa, que era considerado algo
peor que recibir una paliza.
Al cumplir los quince años, los varones adolescentes eran
obligatoriamente enviados por sus padres al Calmécac o al Telpochcalli,
mientras que las jovencitas continuaban instruyéndose en casa, junto a sus
madres, en las labores ancestrales que las capacitarían, cuando llegara el
momento, para ser buenas esposas.
En el Calmécac, los hijos de los pipiltin aprendían relatos históricos
contenidos en los ámatl, o libros pintados (hoy conocidos como
códices), que eran leídos en interminables discursos por los viejos sacerdotes.
Algunos jóvenes con habilidad para la pintura, en su momento serían
tlacuilos y se encargarían de registrar la historia en dichos libros utilizando
la complicada escritura pictográfica. Los hijos de los sacerdotes seguirían los
pasos de sus padres, aprendiendo los relatos mitológicos y el complejo
funcionamiento del ceremonial que se llevaba a efecto en los diversos templos y
santuarios.
Todos los alumnos del Calmécac debían dominar los giros literarios más
elegantes de su lengua, el náhuatl, y conocer las grandes
creaciones poéticas de los antiguos bardos, así como declamar con donaire y
distinción. Aprenderían la administración pública y en el futuro serían
maestros, jueces e inclusive gobernadores, para lo cual deberían conocer los
códigos legales que regulaban la vida en comunidad.
Cumpliendo la obligación tradicional, sus padres los habían conducido
hasta las puertas de la institución y entregado personalmente al maestro
principal; por el camino habían repetido incesantemente a sus vástagos que
debían ser obedientes, discretos y respetuosos, y que ellos eran el último
eslabón de la cadena familiar, por lo que nunca debería avergonzar a sus
ancestros.
http://www.mexicodesconocido.com.mx/educacion-mexica-telpochcalli.html
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