martes, 26 de mayo de 2015

Viaje por Tenochtitlán 6. La educación



Las familias de Tenochtitlan consideraban a sus hijos como una dádiva de los dioses; los hijos darían continuidad al linaje, colaborarían en las actividades productivas de la familia y aprenderían a respetar a sus mayores y a vene­rar a las deidades. Algún día celebrarían su matrimonio, conformando así un nuevo pilar en la organización social del calpulli.
Un niño en el imperio azteca  era muy preciado, querido y respetado, pero no mimado, a pesar de que algunas personas piensan que si lo eran por la forma en que les hablaban, este es un pequeño ejemplo de cómo se dirigía una madre a su hija:
"Aquí estás mi hijita.
Mi collar de piedras finas, mi plumaje de quetzal, mi hechura humana, la nacida de mí.
Tú eres mi sangre, mi color, en ti está mi imagen".
Sin embargo, no era por mimar, sino era para crearle una autoestima alta y tener un adulto seguro y sin complejos en el mañana.

Sabías que existían 2 tipos de escuelas Calmecac y Tepochcalli?

El mundo mexica se caracterizaba por el cuidado que ponían los gobernantes en el buen funcionamiento de su sistema educativo. Las escuelas de Tenochtitlan atendían a los jóvenes de acuerdo con su nivel social:
Al Calmécac iban los hijos de los nobles, la institución se hallaba dentro del recinto ceremonial

A los Telpochcallis de cada barrio iban los hijos de los de los demás pobladores, conocidos como macehualtin.
En  familia los niños aprendían que en la generación del universo, llevada a cabo por los dioses supremos, las energías masculina y femenina se habían unido para dar fuerza a la creación de la vida. Por ello las mujeres educaban a las hijas, mientras que los varones instruían a los hijos; de esa manera, durante todo el proceso de educación informal que se llevaba en la familia, niños y niñas aprendían las conductas adecuadas y diferentes para cada sexo.
Podría decirse que en la educación se combinaban los discursos solemnes con el amor y cariño de padres a hijos, con castigos y reprimendas sumamente rigurosos. De los tres o cuatro años en adelante, los infantes debían ejecutar tareas sencillas con gran comedimiento y obediencia; conforme pasaban los años el trabajo se hacía más complejo y las labores más pesadas; así aprendían, los niños, los oficios del padre, mientras que las jovencitas, todas las labores domésticas: asear la casa, preparar los alimentos, hilar las prendas de vestir de la familia, etcétera.



En un principio, a los niños rebeldes se les amenazaba con una azotaina, que se les daba al desobedecer; ante las actitudes negativas de los infantes y jovencitos, los padres les aplicaban dolorosos punzamientos con púas de maguey (preparándolos, de paso, para las futuras prácticas del auto sacrificio), o bien los semiasfixiaban con el humo de chiles quemados.

 Por su parte, las adolescentes que mostraban actitudes negativas, como el coqueteo y el gusto por el chisme, eran obligadas a barrer de noche fuera de la casa, que era considerado algo peor que recibir una paliza.
Al cumplir los quince años, los varones adolescentes eran obligatoriamente enviados por sus padres al Calmécac o al Telpochcalli, mientras que las jovencitas continuaban instruyéndose en casa, junto a sus madres, en las labores ancestrales que las capacitarían, cuando llegara el momento, para ser buenas esposas.

En el Calmécac, los hijos de los pipiltin aprendían relatos históricos contenidos en los ámatl, o libros pintados (hoy conocidos como códices), que eran leídos en interminables discursos por los viejos sacerdotes.
Algunos jóvenes con habilidad para la pintura, en su momento serían tlacuilos y se encargarían de registrar la historia en dichos libros utilizando la complicada escritura pictográfica. Los hijos de los sacerdotes seguirían los pasos de sus padres, aprendiendo los relatos mitológicos y el complejo funcionamiento del ceremonial que se llevaba a efecto en los diversos templos y santuarios.
      
Todos los alumnos del Calmécac debían dominar los giros literarios más elegantes de su lengua, el náhuatl, y conocer las grandes creaciones poéticas de los antiguos bardos, así como declamar con donaire y distinción. Aprenderían la administración pública y en el futuro serían maestros, jueces e inclusive gobernadores, para lo cual deberían conocer los códigos legales que regulaban la vida en comunidad.
Cumpliendo la obligación tradicional, sus padres los habían conducido hasta las puertas de la institución y entregado personalmente al maestro principal; por el camino habían repetido incesantemente a sus vástagos que debían ser obedientes, discretos y respetuosos, y que ellos eran el último eslabón de la cadena familiar, por lo que nunca debería avergonzar a sus ancestros.

La vida en el Telpochcalli era dura, ya no había dulces palabras; las órdenes eran ahora más estrictas y desde la madrugada comenzaban las extenuantes actividades. Todo iniciaba con un helado baño en la laguna, seguido de una comida frugal y muy controlada. Los jóvenes debían realizar numerosos encargos, entre los que se encontraba el cultivo de las tierras de la escuela; recibían rudimentos de cultura y especialmente se buscaba su resistencia al dolor mediante prácticas de auto sacrificio; muy importante era el aprendizaje del uso de armas como el átlatl, el arco y la flecha y el macuáhuitl, la curiosa espada de madera con filos de obsidiana. Si los jóvenes se distinguían por su habilidad y valor en las guerras de conquista, algún día podrían llegar a ser ciudadanos distinguidos a quienes se premiaba y rendían honores, y entonces podrían abandonar la rudeza del trabajo agrícola...

http://www.mexicodesconocido.com.mx/educacion-mexica-telpochcalli.html

No hay comentarios:

Publicar un comentario